Gabriela
I. Buitrago R.
20.628.394
Más
real que la ficción
(Ensayo)
Por
mucho que miremos el reloj o el calendario, parece casi imperceptible el hecho
de que vivimos más de un tiempo a la vez, vivimos el tiempo de nuestra mente,
de nuestro cuerpo, de nuestras relaciones con otros, de nuestra localidad,
tiempo mundial, tiempo universal y a su vez con todos los tiempos que van
conectándose a nuestras vidas y van dando forma a un tiempo más compacto que es
el que logramos percibir como pasado, presente y trata de dar forma a un tiempo
más incierto aun que es el futuro.
También
pasa lo mismo con nuestra memoria, estamos sujetos a una mete que posee todos
nuestros pensamientos y recuerdos, desde lo más antiguos a los más recientes,
así como poseemos una memoria subconsciente que trabaja más allá de nuestro
propio control sobre ella.
No
bastando esto, estamos sujetos a la evaluación de la memoria compartida, esa
serie de recuerdos que forman parte de la memoria de otros, y no menos
importante, aquel imaginario y la memoria colectiva, donde a pesar de manejar
recuerdos que parecen difíciles de eliminar o modificar, la verdad es que aun
así, siguen sujetos a la interpretación de cada mente.
Cuando
el humano crea algo, lo hace con muchos fines, pero los más importantes siempre
van a ser, el de satisfacer sus propias
necesidades, el de complacer o posicionarse sobre otros, y el de lograr un espacio en el tiempo y la memoria
de los demás, para que perdure en un recuerdo sólido y no sea dejado en el
olvido o que viva sólo en un tiempo efímero.
Aunque
a veces no lo asumamos, o no identifiquemos que es así, es importante para
nosotros que nuestras ideas, propuestas, trabajos obras o cualquier creación,
sea resguardada en el tiempo y la memoria de otros, de nuestra sociedad o del
mundo entero. Parece a veces que la satisfacción propia no está completa sin la
aprobación del otro y sin la tranquilidad de saber que aquello va a ser
heredado a otros y así evitamos el miedo no sólo a nuestra muerte sino a la
muerte de nuestras ideas.
A
veces estas creaciones de la mente humana, se pueden unir a otras muy similares
y crear movimientos grandes, dándole mayor magnitud a una idea que en principio
rondaba por una sola cabeza, pero que en común toma otra forma más poderosa y
que en la mayoría de los casos va a buscar que sean cada vez más, otras mentes
piensen lo mismo y quieran dar a conocer estas ideas.
No es un caso que se nos
haga muy lejano, lo ha vivido el hombre desde sus inicios, los grandes imperios,
el mito de la masculinidad sobre la feminidad, los avances científicos y
tecnológicos, las tradiciones de los pueblos, los géneros en la música, los
movimientos pictóricos, la forma de hacer cine, la moda, la arquitectura.
En
la obra de Huxley (1932): ¿Por qué no le dais a la gente libros sobre Dios? Por
la misma razón por la que no le damos Otelo;
son viejos; tratan sobre el Dios de hace cien años, no sobre el Dios de
hoy. ‘Pero Dios no cambia’ Los hombres, sin embargo, sí.”. (p.94)
Todos
los paradigmas y modelos que nos han rodeado, alguna vez fueron una idea que trató de imponerse en la memoria
y el tiempo, pero hay unos modelos que quizás son los que más marcan el curso
de nuestras vidas, la religión y la política, por ser los que marcan los patrones
de nuestra sociedad y economía que afectará también a nuestra cultura y
percepción de ver el mundo que nos rodea.
La
sociedad contemporánea vive una época donde se retorna al uso de los viejos
ideales políticos y religioso de una manera que parece nueva y original, indica
Castells (2006): “La exageración profética y la manipulación ideológica que
caracteriza la mayoría de los discursos sobre la revolución de la tecnología de
la información no deben llevarnos a menos preciar su verdadero significado”
(p.56).
Pero
a la par se está viviendo un movimiento del quiebre de todos estos ideales,
donde la gente ya no está creyendo en las grandes jerarquías que se nos han
impuesto y conoce la otra cara de las grandes historias, mitos, leyendas y
acontecimientos que han forjado el imaginario colectivo de este siglo, producto
de revolución tecnológica y la nueva
sociedad de la información en la que vivimos.
El
eterno retorno de nuestra sociedad, también lo podemos vivenciar a través de
las creaciones artísticas como la reconocida obra literaria de George Orwell
1984 que fue llevada al cine luego por Michael Radford. La obra literaria fue
publicada en el año 1949 y la película en el propio año 1984.
Para
aquellos que pudieron ver la película en su año de estreno y haber leído el
libro, se les presentaron dos tiempos que se veían combinados, por un lado, la
visión futurista del autor acerca de la sociedad utópica que él planteaba en
una fecha que parecía lejana, y por otro lado la visión propia del espectador
ante la película en el año donde se suponía sucederían todos estos hechos.
Para
nosotros, casi 30 años después del estreno del film, se nos presenta la opción
de evaluar tres tiempos, los dos anteriores y el de la comparación con nuestra
sociedad actual, ver si esas dos visiones literarias y cinematográficas que
parecían utópicas, realmente sucedieron o están sucediendo hoy en día.
“Era
un día luminoso y frío de abril y los relojes daban las trece.” Así comienza la
obra literaria y nos hace conscientes desde un principio se trata de una
sociedad en la que el tiempo, y su noción misma, cómo se percibe y se
materializó, sin duda ha sufrido algún tipo de mutación, se ha modificado.
Incluso Winston, el personaje principal de la novela, comienza a escribir su
diario que él no sabe con certeza que esto era 1984 porque “¡cualquiera va a saber
hoy en qué año vive!”.
Para
muchos, la historia comienza cuando los hombres comienzan a pensar en el paso
del tiempo, no en términos de procesos naturales como el ciclo de las
estaciones, la duración de la vida humana, sino según, Carr (1961): “de una serie de eventos específicos en los
cuales los hombres están conscientemente involucrados y pueden conscientemente
influenciar”. (p. 33)
La constante interrogación acerca del pasado en todo el
desarrollo de la película se da en medio de la gran nube que ciega la
percepción exacta del mismo debido al tiempo inexplicable que vive la sociedad
utópica del Orwell y al tiempo sin tiempo que viven cada uno de los personajes,
sumergidos sólo en la construcción de un momento recreado por el partido.
Es interesante cómo también se ve el juego con la
memoria, hay patrones que podemos observar hoy en día. La necesidad de
simbolizar, iconizar e idealizar un objeto o persona para la adulación, que se
encuentre libre de cualquier juicio. En este caso el Gran Hermano, una figura
omnipresente que se ha convertido en “el guía” de una revolución que no está
muy clara cuándo, por qué empezó o contra quién exactamente es.
Es una figura que persiste de manera que quede impregnada
en la memoria de esta sociedad, y cuya aparición se ve limitada exclusivamente
para ser figura representativa de la salvación y de la solución correcta. Vemos
que atrapa a la sociedad y la hace súbdita de una manera no monárquica sino
como devota.
Los historiadores tienen que lidiar con el tiempo y si el
tiempo cambia, su noción es alterada y esto traerá consecuencias e
implicaciones. Este hecho es transformado en la idea que se les inyecta a la
sociedad orwelliana, pues han sido preparados para vivir siempre en un tiempo
de “paz” que necesita guerra, una guerra que va cambiando de enemigo pero que
jamás deja de ser guerra para “evitar que acabe la paz”.
Hay otra premisa a lo largo de la intervención
psicológica que se les practica a los personajes, que normalmente también
podemos apreciar en la manipulación de la historia en nuestras sociedades y la
manera de captar la emoción a través de los recuerdos. Esta premisa es la de lo
que más sentimos es lo que más debemos recordar; estos personajes están sujetos
a un sentimiento de una revolución que les cambió su sociedad y este
sentimiento es tan fuerte que a pesar de todo, a esto es a lo que se aferran.
Algo muy similar ocurre con los constantes eufemismo, o
creando un nuevo lenguaje para hacerlos sentir en progreso. Esta paz por guerra
o este control constante, son necesarios para la sensación de tranquilidad
externa de las personas dentro de esta sociedad, se justifican como el cuidado
que se les da ante las fuerzas externas. Hay una necesidad de crearse una
identidad en conjunto para afianzar en la memoria que son el todo de una
revolución, que lo que haga uno afecta al resto y así evitar que se vaya en
contra de la corriente.
En 2000, Michael Gazzaniga, profesor de Psicología,
escribió que el lado izquierdo del cerebro teje su historia con el fin de convencerse
a sí mismo y que está en control total, además la precisión de la memoria está
en el hemisferio que sea usado, por lo tanto nos hace más susceptibles a
intervención. Por eso, el influenciador siempre buscará jugar con el pasado del
ser humano, porque es nuestra debilidad fisiológica.
Los historiadores, al construir la historia, con sus
propias preferencias, elaboran teorías para asimilar la nueva información,
nuevos hechos, dentro de un todo comprensible, y al hacer esto, como el lado
izquierdo del cerebro, tienen un efecto sobre la reconstrucción del
pasado. Pero ya que no podemos
aprehender el pasado en su totalidad, quizás sea el precio a pagar por un
bienestar interno.
Los nuevos hechos siempre se
integraran con los viejos hechos. Quizás por esto, George Orwell en su visión
“utópica” en 1984, aun nos sorprenda con la similitudes de las situaciones
actuales que incluso vivimos en nuestro país, quizás pasen otros 30 años más y
siga pareciendo que aquella obra es la réplica de nuestra sociedad ahora, que
su ficción es nuestra realidad más próxima.
Creó un tiempo y una memoria dentro de su obra, usó una
psicología y métodos que parecían imperceptibles y creó una de las más grandes
obras de nuestros tiempos que juega y seguirá jugando con nuestras memorias.
BILIOGRAFÍA
- HUXLEY, A.
(1932). Un Mundo Feliz. Reino Unido
- CASTELLS, M
(2006). La Sociedad Red. Alianza Editorial. España
- CARR, E.H. What is History? (Qué es Historia?) (1961). Londres, Inglaterra.
- GAZZANIGA, M (2000). El Pasado de La Mente.
Berkeley, California:
University of California Press.
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